Literatura


Estos relatos los he escrito a lo largo de los años, en momentos de asueto. Debido al hecho de que resulta difícil conseguir publicarlos en un libro, me he dedicado a incluirlos en esta página Web. Si tiene cualquier comentario acerca de los mismos, no dude de enviar un mensaje de correo electrónico a correo@luisruben.com.

Además en primicia y en exclusiva " A H I T I ", traducida a 136 idiomas y publicada en 215 paises.


Aire de primavera

Los primeros rayos del Sol de primavera le hicieron suaves cosquillas en la mejilla. Con cierta desgana abrió los ojos. Su mirada se perdió perezosa por la ventana, pero al ver el espléndido día que le ofrecía la naturaleza hoy, se puso en pie de un salto. Una sonrisa apareció en sus labios cuando contempló el magnífico aspecto que todo tenía hoy. Abrió la ventana y respiró hondo. Un débil suspiro se escapó de su alma. ¡Fantástico! ¡Nada que hacer en un día tan espléndido!

A lo lejos se divisaban las montañas teñidas del verde de la joven hierba que comenzaba a despertar. En el cielo, tan sólo Azul enmarcaba al divino Sol. Ella se giró con energía y el rebelde y largo cabello castaño le tapó la cara. Sopló contrariada pero divertida, y se lo recogió en una coleta.

Bien. - pensó. - Veamos...

Se sentó sobre el borde de la cama y abrió de par en par las puertas del armario, para elegir algo que ponerse. Eterna pregunta de cada mañana. Sin embargo parecía como si esta vez la respuesta fuera inequívoca. Tomó un vestido blanco, adornado de un lazo rojo y un brillo divertido cruzó sus oscuros ojos de ángel.

Apenas unos minutos le costó vestirse y arreglarse. Un vaso de leche a toda prisa se convirtió en su desayuno. Pero ya no podía esperar más. El día esperaba, y la mañana era imposible de desperdiciar.

Casi a la carrera, bajó las escaleras que la separaban de la liberadora puerta. Aquella hoja que detrás de sí encerraba miles de promesas a la luz de una sonrisa del corazón. Una vez más, la vida era algo eternamente bonito.

Pocos pasos quedaban hasta la oscura puerta de madera que en su centro lucía un dorado cristal, tintado de alba y amanecer. Cruzó la distancia en un solo salto, la abrió y se quedó en el umbral asombrada de la belleza que hoy lucía todo. Luego desplegó las alas y se elevó en el cielo...

Y es que, para los ángeles todo es mucho más bello. ¿No crees?


Constancia

 

El frío viento azotaba su cara. Sus largos cabellos se enredaban insistentes, una y otra vez. No obstante, él permanecía impasible en lo alto del acantilado. Su mirada perdida en la distancia. Abajo, muy abajo, poderosas olas rompían una y otra vez contra las eternas rocas, cubiertas de musgo, cantando su triste y monótona canción. Ya no sabía cuanto tiempo llevaba ahí, a merced del viento, pero tampoco le importaba. Tal vez siempre había estado ahí, esperando. Esperando sin saber el qué. Pero aún no había encontrado aquello que le faltaba. Sin embargo, no perdía la esperanza.

Ya había visto miles de amaneceres en aquel lugar. Y miles de atardeceres también. Con cada salida del Sol, nacía una nueva posibilidad de hallar su deseo. Pero con cada anochecer, se desvanecía su ilusión. Cada nuevo día traía un nuevo desengaño.

Y muchos eran ya los días que contaba. Cuando era joven, había perseguido la loca idea de alcanzar con sus brazos el cielo. Pero al igual que con otras cosas de su vida, no lo había conseguido.

Su faz estaba llena de surcos. Marcas delatoras de una larga vida.

A sus pies habían jugado los niños, y en sus brazos los había mecido. Había sido compañero infatigable de innumerables historias. Presenciado tantas y tantas declaraciones de amor. Siempre había servido de apoyo a todos aquellos que le necesitaban. Y ellos le habían hecho compañía, para que no se sintiera solo, porque sabían de su tristeza.

Y otro anochecer más se cernía sobre él, y continuaba impasible observando el horizonte, mientras el viento lo mecía con fuerza, lo mecía con fuerza a él, el viejo sauce del acantilado...


El guardián

Magia de estrellas lo rodeaba. Miles de años contaba. Salvaje furia dominaba sus ideas. Eones de recuerdos configuraban su mente. Luz de Soles le iluminaba.

Eliben era el guardián de la frontera. La frontera entre la luz y la oscuridad. Entre el Bien y el Mal. Los dioses le habían asignado esa tarea cuando nació. No le prometieron la inmortalidad, pero sí una vida muy larga. Desde siempre había cumplido con su trabajo. Rechazando las fuerzas negativas, que se cernían sobre el mundo desde los albores del Ser. Muchas batallas había librado, y de todas había salido victorioso. Tenía ese Don especial, tan poco frecuente entre las personas, la bondad. La pureza de su alma era incomparable. Y eso lo había mantenido vivo desde siempre.

Con sus penetrantes ojos lo vigilaba absolutamente todo. Ni un solo detalle escapaba a su escrutinio constante. Siempre estaba preparado para enfrentarse con los poderes ocultos, que no cesaban en su intento de apoderarse del mundo.

- Bastantes desgracias configuran ya el universo, - pensó - como para permitir el acceso a los moradores de la oscuridad.

Sin embargo, comenzaba a sentirse cansado. No había sido fácil cumplir con las órdenes que el primer día recibió. Pero su valor y su rectitud lo habían conseguido siempre. Aún así, era mucho el tiempo transcurrido ya desde su nacimiento. Y aunque nunca cruzó su mente la idea de abandonar, a veces sentía muy dentro de sí la necesidad de poder abandonarse unos instantes a sí mismo. Nunca había tenido ocasión de pensar en otra cosa que no fuera el Mundo. El Bien del Mundo.

Pero no desfallecía jamás. Su sentido de la responsabilidad era superior a todo. Pero a veces, sólo a veces, le hubiera gustado tener tiempo para él.

Y mientras estaba sumido en sus pensamientos, una nube se formó delante de él. Su primer pensamiento fue invocar a sus fuerzas para luchar, pero algo en aquella nube le hizo dudar...algo que le recordaba el pasado. Tal vez aquella luz azulada...

- ELIBEN!....sonó una voz.

Y entonces recordó. Recordó el principio, cuando vinieron a buscarle los Dioses. Habían vuelto. Después de innumerables siglos habían vuelto.

- ELIBEN!...se oyó de nuevo.

- Sí, mi señor - contestó el vigilante.

- Escúchame atentamente. Durante todo este tiempo nos has servido bien. Pero ha llegado el momento de tu relevo. El Universo entero siempre honrará tu nombre, pero es hora de descansar...por ello tendrás tu recompensa. Nosotros te acogeremos en nuestro seno...confía en nosotros hijo mío.

***

Richard tenía ocho años, y en aquel momento intentaba destruir el castillo de los malos con sus tropas de figuritas de plástico. Lástima, que como siempre, su madre lo llamó en el momento más emocionante de la guerra.

- Richard! Vamos, que ya es de noche!- la oyó desde el porche.

Síiiiii, ya voy....-contestó con desgana.

Y justo cuando se levantó, un extraño brillo del cielo llamó su atención. Una débil luz azulada, que parecía estar por todas partes.

- Mamáaa....- Richard comenzó a correr hacia la casa. Su madre salió a su encuentro.

- ¿Qué sucede, cariño? - le preguntó.

Richard sólo señaló al cielo, y ambos se pusieron a mirar hacia arriba. Como siempre, la Vía Láctea lucía sus mejores galas, pero sí, esa luz no era acostumbrada. Súbitamente, tan rápido como vino, desapareció. Y justo en aquel instante, madre e hijo presenciaron algo único. De pronto, vieron en el cielo nocturno como nacía una estrella nueva, roja y más brillante que todas las demás...

Un recuerdo a los fieles servicios del guardián. Y todas las noches, aquella estrella sigue velando por nosotros. Palabra.


Olvido

Apenas sabía como había llegado hasta allí. Todo era tan confuso en su mente.

El antes, el ahora y el después se mezclaban en inextricable torbellino sin fin. Y luego, aquella música sonando en su cabeza...¿A lo mejor había bebido la noche antes? No. No recordaba nada de eso. A pesar de ello, la luz le molestaba enormemente. ¡Diablos! Si pudiera acordarse de algo...

Se sentó en una piedra y observó a su alrededor. El paisaje era desolador. Un camino polvoriento se perdía en la lejanía. Tierras rojizas a ambos lados. Y tan sólo algunos árboles secos interrumpían la monotonía. Todo era absolutamente llano hasta donde su vista podía alcanzar. Y un extraño Sol rojizo iluminaba aquel curioso paraje. Pero sus rayos no quemaban, sino que rozaban la piel con suavidad, casi como una caricia.

- ¡Ya lo tengo! - pensó - ¡es un sueño!

Pero no. En el fondo sabía que no era un sueño. Esto era absolutamente real. Demasiado nítido y detallado, como para ser el producto de una mente dormida. Al fin resolvió levantarse, y elegir a suertes una dirección que seguir. Acabó encaminándose hacia su derecha.

Después de un rato andando, a lo lejos divisó unas sombras que se elevaban majestuosas sobre el horizonte. Esto lo animó, y apretó ligeramente el paso.

Mientras caminaba intentaba hacer memoria. Recordó claramente una calle. "5ª Avenida" pudo leer en uno de los letreros. Y ahora también cayó en su conciencia el nombre de la ciudad: "Nueva York". Así que anoche estuvo en un lugar llamado Nueva York...Sí. ¿Pero...haciendo qué? Continuó estrujándose el cerebro, mientras avanzaba. Las sombras del horizonte comenzaron parecer enormes agujas de piedra negra que apuntaban al cielo anaranjado, casi como dedos en muda súplica.

- Qué extraño..., pensó.

- ¡Ah, Si! ¡Es verdad! - exclamó en voz alta - Anoche estuve en un sitio llamado "Riverside", un local bastante oscuro y grande, en el que alguien tocaba un piano. Y..., pensándolo mejor..., le parecía que sí que había bebido... Pero aquella extraña música en su cabeza...¿dónde la había oído?

- ¡Vaya! pensó fastidiado - ¿Cómo se llamaba aquel antro en el que estuve después?...

Continuó estrujándose el cerebro... ¡Eso era! "Neon Life". ¡Claro! Allí fue donde le sirvieron aquella extraña bebida oscura, que mareaba tanto. Vaya. Poco a poco el telón del olvido iba cayendo.

Mientras tanto, las agujas de piedra del horizonte comenzaban a tener un tamaño francamente respetable. Las mayores debían medir más de 400 metros. Y a intervalos irregulares presentaban aberturas rectangulares a modo de ventanas. Que curioso. De algún modo le resultaban familiar. Quizá era porque le recordaban a los rascacielos de Nueva York...Y ahora cayó en la cuenta de que al pie de las agujas de piedra, descomunales torres, se acumulaban edificios variopintos, como tallados directamente en la roca roja que abundaba por allí. Todos presentaban una o dos plantas y eran bastante toscos en sus acabados. Pero también estos edificios le resultaron vagamente familiares. Finalmente lo desechó como tontas asociaciones de la mente, que no tenían sentido alguno. Lo que sí que se planteaba como pregunta imperiosa, era la cuestión de ¿dónde estaba?. Nada que había visto en su vida se parecía a esto.

Apenas le quedaban unos cientos de metros para llegar a la población, cuando comenzó a ver a sus habitantes. Y no sólo eso. Ellos lo vieron a él. Eran de estatura normal, como él. Con la piel pálida, como él. Y con los ojos verdes, como él.... Uno de ellos se acercó y le dijo

- ¡Hombre! ¡Kahnian! Por fin apareces, llevamos un buen rato buscándote. Menuda borrachera cogiste anoche, hermano...No parabas de cantar canciones extrañas y hablar de una ciudad llamada "Nueva York" o algo así. Y de lugares extraños con millones de personas todas juntas. La última vez que te vimos, ibas camino del desierto, delirando. Qué manera de desvariar, oye. Pero tranquilo, recuerda que ya vuelves a estar a salvo en Deblan VII, séptimo planeta de Betelgeuse...

Todos sonrieron con sus dos bocas, y levantaron sus tentáculos para vitorear su vuelta al pueblo...